domingo, 17 de marzo de 2013

Mónica Cerutti: La víctima y el oprimido

La víctima y el oprimido
Mónica Cerutti

 (Tres ensayos del año 2003)


EL OPRIMIDO.
“Alguien tiene que hacer algo.  No tengamos tanto miedo a vivir”
Mamá, de Jorge Fernández Diaz
¿Dónde estuve que no vi que había tantos pobres y ahora los veo?  Se habla y se habla de los cartoneros y... no sé, siento que ¡yo era de cartón pintado!  ¿Estaría tan capturada por la alegría de viajar al Caribe y de ahorrar que no pude darme cuenta?” dijo visiblemente perturbada una joven de clase media –una mañana de julio del 2002– mientras reflexionábamos acerca de lo que nos ha sucedido en los últimos años.  Las lágrimas que asomaron a sus ojos me conmovieron.  Y me hicieron pensar.  En ese momento le contesté: no te culpabilices, no conduce a nada. Más bien, –me parece–, que se trata de hacernos responsables.
¿Por qué vemos lo que vemos y no vemos lo que no vemos?  ¿De qué depende que haya quienes pueden registrar lo que sucede alrededor y otros no?  Seguramente son modos defensivos.  Indiferencia, alto umbral de sensibilidad, improntas familiares que favorecen el interés o desinterés por el mundo circundante.  –Debe haber también razones culturales, pensé ese día.  Ausencia de marcas en la cultura que induzcan a 'ver' lo que sucede alrededor, o marcas que indican no registrar 'si duele'.
En el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en el último enero, el Instituto Paulo Freire presentó un video: “Paradigma del Oprimido”, en el cual situaron con imágenes y palabras, el mundo como puede verse ‘desde la mirada de los oprimidos’.  El director del Instituto dijo que el mismo fue realizado con el objetivo de “que el oprimido pueda ver el mundo con sus propios ojos”.  Desde esa perspectiva realizaron la selección de imágenes para el mismo.  Comenzaba con unas del atentado a las torres del 11 de septiembre del 2001 para pasar a otras de población civil desplazada por la guerra, niños de ojos inmensos con madres flacas y hambreadas en algún lugar del Tercer Mundo, desertificación de suelos, represión política, cierres de fábricas, trabajadores rurales empobrecidos.  Las imágenes fueron articuladas con palabras tomadas de los textos del fallecido Paulo Freire[1].
¿Pero qué se entiende por oprimido?  Esta pregunta nos fue planteada en un encuentro posterior, en el cual educadores del Instituto nos propusieron trabajar con la metodología de Freiré, para la cual “enseñar es dar las posibilidades para la producción del conocimiento”.  Coordinaron la tarea educadores populares brasileros con amplia experiencia en esta metodología, generando el espacio en cual compartimos el saber que cada quien disponía, logrando una construcción conjunta.  Cada asistente fue invitado a aportar su concepción del oprimido.  En sucesivas rondas, el circulo de gente[2] –diversas edades, formaciones y países; había docentes y estudiantes universitarios, maestros de escuela, sin tierra, piqueteros, mujeres y hombres, brasileros, argentinos, dos alemanes, un japonés– pusimos en común nuestras ideas, ideas surgidas de nuestras múltiples prácticas.
Entre cincuenta personas llegamos a las siguientes conclusiones: un oprimido es alguien que es tomado como objeto, no como sujeto.  Se trata de la ocupación de un lugar no de una esencia que caracterice a ningún sujeto en particular.  Hay condiciones históricas, sociales y subjetivas por las cuales alguien se constituye en oprimido.  Este es inducido inconscientemente a ocupar ese lugar.  Ocuparlo, es un efecto ideológico.  O ubicable en el registro imaginario.  No se trata por tanto de ser o no ser oprimido, sino de estar en situación de opresión.  Situación, en la que se dispone menos poder.
La situación de opresión es efecto de una relación. Relación del oprimido con alguien que funciona como opresor.  Hay un consentimiento inducido a pensarse, a verse, como oprimido.  También hay condicionamientos de clase, que sitúan a algunos en el lugar de opresores y a otros en el de oprimidos.
Una de las principales características de la situación de opresión es que el oprimido niega su condición de tal.  O desconoce los mecanismos por los cuales devino oprimido, u opresor.  El más importante: el que instaura la relación, momento en que alguien ubica inconscientemente al opresor en ese lugar de poder respecto del cual se sitúa él como oprimido.  Este, internaliza esa consideración de sí mismo, desvinculándose del consentimiento dado, aunque no conscientemente, de ocupar ese lugar.  El oprimido está sometido sin saberlo.
Sorprendentemente para algunos, el oprimido aspira a ser opresor, lo cual desmitifica la imagen maniquea del oprimido como bueno y del opresor como el malo de la relación[3], que tiende a ubicar al primero como víctima pasiva de lo que le acontece, y al opresor como victimario, activo y gozoso beneficiario de la misma.  Hay una actividad desconocida para él mismo, en el oprimido, que lo convierte, también, en beneficiario de su lugar en la relación.  Hay siempre un beneficio, aunque secundario y no sabido, de 'ponerse' en ese lugar.  De esto da cuenta Freud.
Si el termino oprimido puede sustituirse por el de sometido, cabria preguntarnos, ¿a qué está sometido el oprimido?  En lenguaje psicoanalítico podemos decir que se trata del sometimiento a los designios de Otro, que es situado en el lugar de Amo.  Foucault –a su manera– explícito cómo quien considera que no tiene poder, sostiene a aquél que considera dueño absoluto del mismo, lo crea, lo engendra, lo constituye en ese preciso momento en que se considera a sí mismo como no poseyéndolo.  Construcción imaginaria entonces, que supone que Otro tiene Todo el poder mientras yo entre otros estamos inermes ante él.  Se produce allí una des-subjetivación: un sujeto queda posicionado en lugar de objeto.  ¿De quién?  De Otro, el Amo.  Sí suponemos además que ese Otro posee Todo el saber estaremos concediéndole las credenciales para que nos domine.
Se trata entonces de una creencia.  Aquella que reza que el Otro Sabe y puede Todo y como creo en eso, le cedo el poder que asegurará la relación de dominio.  El oprimido construye así, sin saberlo, el altar de su propio sacrificio.  De esto se aprovecha, quien histórica, social o culturalmente se ubica en el lugar de opresor.  Quien, explota ese lugar, porque además, en muchos casos, lo desea o cree que 'nació para ocuparlo', que es así, 'naturalmente'.  Es más, alimenta esta creencia consciente o inconscientemente, lo que le otorga jugosos réditos.  Mala imagen para él oprimido: la de un opresor fuerte, consistente, opresor por ley natural. Es imagen, por eso su fuerza.  Pero está construida, no es 'real' aunque tenga su peso.  No es La Verdad, aunque tiene algo de ella.  Nadie 'las tiene todas' aunque las quiera y aunque así lo crea o nos lo quiera hacer creer.  Parece que las tiene todas, a veces las quiere todas: todo el petróleo, todo el poder militar, todo el odio o todo el amor, ¿tendré que guerrear con él y quitarle algo de eso que yo también quiero?  Este es el camino que el opresor propone, el que prefiere, el que instiga, y que pone al oprimido del otro lado del espejo mientras le dice: dale, pelea conmigo, es tu única posibilidad.  Obedece, obedece, ¡obedece!
Nadie es por naturaleza oprimido u opresor.  Desde el psicoanálisis se puede decir que por estructura, psíquica e histórica, no se nace oprimido, aunque sí se nace en lugar de objeto del deseo de los padres o de aquellos que ocupan su lugar.  Si el sujeto logra hacerse cargo de su deseo, es decir, de subjetivarlo, podrá encontrar su lugar, lo propio que lo hace sujeto y le permite salir del lugar de objeto.  Y será sujeto, sujetado a lo simbólico, que determina que no todo es posible.  No todo el dominio, ni la absoluta libertad.  Los humanos estamos condicionados, por la palabra y por el deseo de los otros que constituye al de cada quien.  No hay Otro que Sabe y Puede Todo, ese es el fantasma del Amo a quien uno sirve sin saberlo.  Y si parece que lo hay, hay que saber decirle No.  Y correr los riesgos que ese No implica.  El psicoanálisis enseña que no hay Otro que no esté signado también por la incompletud y la inconsistencia.  Que el Otro está barrado, tachado por lo mismo que yo, que vos, que él.  Para ejemplo, la fragilidad del supuesto Otro Todopoderoso cuidadoso de la seguridad de sus ciudadanos, con alta y sofisticada tecnología y sin embargo los aviones pasaron los controles de seguridad el 11 de septiembre.  Es que nadie está exento.
Hay para cada quien una elección forzada que limita su libertad, pero ésta es a su vez condición de su margen de libertad.  Como afirma Michel Foucault “somos mucho más libres de lo que nosotros pensamos, por eso nuestra tarea es crear libertad”.  El sujeto humano está entonces condicionado por la estructura social y cultural.  Por los condicionantes de la época, es decir, por la historia de su cultura, de su sociedad, de su familia, de su clase social y por su historia individual, pero no por ello 'es' un sometido.
A esta altura podríamos preguntamos ¿cuáles son las condiciones para que alguien ocupe el lugar de opresor?  Porque opresores los hay.  No los 'imaginamos'.  Lo importante acá es saber que cualquiera puede devenir opresor.  Freud dice que la imagen, atribuida al Super-Yo como instancia psíquica, de un padre todopoderoso y fuerte, son los residuos de la omnipotencia infantil que considera a los padres como los mejores de la tierra, omnipotencia que protege del desvalimiento e inermidad que todo sujeto humano experimenta.  La omnipotencia entonces sería así la otra cara de la impotencia y fragilidad que habita en la condición humana.  Podemos afirmar que construimos a nuestros opresores en el mismo acto en el que nos asentamos en el desvalimiento y necesitamos 'depositar' en otro nuestra potencia, nuestra capacidad de decisión, nuestro pequeño pero existente margen de libertad.
“... el único mal consiste en decidirse a permanecer en la deuda de existir” –afirma Giorgio Agamben–.  Hay un momento, azaroso, donde cada quien se deja 'tocar' y persiste en perder el ser, pero no la vida, o pierde la vida en el afán de conseguir esa consistencia admirada del ser imaginado, supremo, sin falla, sin falta, ¡feliz! como lo enseña la televisión.  Ya no sólo a través de la publicidad, sino en los noticieros, los ‘talk-show', etc., etc., etc., imagen completa de la dicha y del poder a la que nos ofrecemos como objetos.
Si no hay marca en la cultura –televisión incluida– del deseo de ver y registrar lo que sucede alrededor, este deseo no circulará como ideal de ver y reparar en los objetos que ese deseo circunscribe, los 'objetos' que nos rodean.  No ver, que no es culpa individual, es efecto de estar capturado por la “sombra del opresor”[4]  que grilla nuestros ojos para que veamos lo que él ve.  Y que dictaminará lo que hay que ver y cómo, y lo que no hay que ver, eliminándolo de nuestro 'campo visual'.  Establecerá las imágenes del mundo.  “Régimen de la mirada” en una sociedad que está articulado al “régimen de lo que debe ser considerado verdadero y lo que debe ser considerado falso”.  Grilla, trama, que se teje y que teje lo que vemos y lo que descartamos ver.
Durante años vimos con los ojos del opresor, ocupando el lugar de oprimidos.
Quitarse de encima su sombra, y registrar lo real, puede hacerlo cualquiera.  Si hay marcas en la cultura que así lo indiquen.  Si cada uno nos convertimos en valiosos para alguien.  Si hay deseo de ver y registrar lo que sucede alrededor.  Si hay deseo...

Mónica Cerutti, 3 de marzo de 2003


LA VICTIMA
–“Acá estamos, esperando a quién dé”–, dijo una mujer, madre de ocho hijos y habitante de una barriada pobre de Asunción del Paraguay, a un periodista de la televisión argentina.  Fue en 1996, cuando para el gobierno y para los medios de comunicación, en nuestro país, ¡no había pobres!
Hubo en esas palabras algo que perturbó un habitual sentimiento de solidaridad –tal vez de piedad– con la situación en que se encuentran quienes “están en desventaja”.  Esa señora me enojó.  El periodista la interrogaba con énfasis, lo cual incomodaba.  Pero más me violentaba la mujer.  Con su cara surcada de arrugas prematuras, con un cansancio de siglos sobre su espalda encorvada, con su mirada apagada y con ese 'discurso':
–“Mire, acá vienen los políticos cada vez que hay elección y dan.  Dan comida, trabajo… lo que se precise... Pero cuando pasan las elecciones no vienen más. ¿Pensaran qué?  Que uno ya…”– se interrumpió al mismo tiempo que su mirada se encendía, cobrando su rostro otra espesura.  El enojo parecía reanimarla, ayudándola a salir de su pesadumbre.  Pero no.  La mujer seguía allí, como atravesada por algo inconmovible.  Igual levantó un poco el tono de voz.
–“¡Claro, y ahora no hay trabajo, ni hay comida para los chicos!”–  El periodista, que evidenciaba ya haber perdido la paciencia, le preguntó por tercera vez: Pero y usted, ¿qué hace? ¿No hace nada para resolver su situación?
La mujer miró a su alrededor, a los niños descalzos, delgados, con ojos tan grandes como sus mocos, y le contestó: –“Y… se espera a que vuelvan.  Van a volver.  Una espera a quien dé”–.
Estas palabras y el enojo que me produjeron repiquetearon durante mucho tiempo en mi cabeza.  ¿Qué posición ocupa alguien que hala de este modo?  Sin lugar aducías, la posición de víctima.  Y dado el caso, valdría preguntarnos: ¿tiene algún beneficio ocupar ese lugar?  Y también, ¿es posible salir de esa posición?  Intentaremos aproximar una respuesta, luego de afirmar que esa posición puede ocuparla cualquiera y en diversos contextos, no es atribuible sólo a quienes eufemísticamente se denomina pobres.  Pero, ¿qué quiere decir ‘víctima’?
El Diccionario de la Real Academia Española da cuatro acepciones de la palabra víctima:
·      Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio.
·      Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra.
·      Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita
·      Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito. fr. coloq. Quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás.
La anteúltima acepción es la que circula principalmente en torno a la palabra, acentuando la condición de pasividad en la que está quien padece un daño producido por otro.  En consecuencia, la víctima no tendría nada que ver con la situación en la que se encuentra.  A ello nos lleva esta idea de 'culpa ajena' que produce, supuestamente, el padecimiento.  De esto podemos deducir por un lado, que la víctima tiene derecho a quejarse de su situación ante aquél que la victimiza y, por otro, que la víctima no tiene ninguna responsabilidad respecto de la posición que ocupa, más aún si el daño proviene de causas fortuitas, azarosas, ¿inexplicables?  Con lo cual un enunciado posible sería: “me tocó porque me tocó ¡qué le vamos a hacer!
¿Por qué alguien puede sólo quejarse de un daño padecido? y ¿por qué no hacer algo para evitar ese daño o reparar sus efectos, como el periodista sugería en este caso?  En principio porque no se sabe que se está en esa posición y, aunque moleste, se la vive como un destino, prefijado.  Como naturalmente dado.  Pero también, –y esto lo transmite el psicoanálisis– porque hay en ella un goce desconocido.  Los sujetos que no somos libres ni transparentes a nosotros mismos, porque hay inconsciente, solemos disfrutar en el padecimiento.  Dejar de hacerlo requiere coraje y hacer consciente eso inconsciente.  Seguramente hace falta que alguien, persona o discurso, otorgue las pistas que permitan saber que quien padece, colabora con ese padecimiento, activamente.
Saber que permitirá enterarnos que requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo, permanecer en la situación de sufrimiento.  Lo cual sitúa el campo de la responsabilidad acerca de los lugares que cada quien ocupa.  Responsabilidad que no es total o completa, pero que alude al margen de libertad de acción que cada quien tiene, para cambiar la situación en que se encuentra.  No es poco que la víctima sepa que está colaborando para que esa situación se mantenga.  Aunque, en general quien se posiciona en lugar de víctima no quiere saberlo, su posición implica que nada se modifique.
¿Por qué?  La segunda acepción dada por el Diccionario, proporciona una respuesta.  Si la víctima es aquella persona o animal destinada al sacrificio, hay aquí hay una clave en la debemos detenernos: destinado quiere decir, que algo es así y no puede ser de otra manera.  Es decir, es inmodificable.  Y tiene el peso de ser designio de otro.  Algunas manifestaciones religiosas y los discursos políticos conservadores construyen, creen y hacen circular esta noción.  La resignación piadosa o la espera de alguien que venga a evitar el sacrificio, a sacarme de allí, o ‘a que dé’, aparecen en consecuencia.  Ellos, el otro, los otros, pueden y hasta deben hacerlo porque ellos me pusieron allí.
¿Y si nadie viene?, ¿qué hago?, ¿quién podrá salvarme?  La tercera acepción conduce a pensar por dónde puede venir la 'salvación'.  Si la víctima es aquella persona que se expone o se o trece a un grave riesgo en obsequio a otra, de lo que se tratará es de no exponerse ni ofrecerse a ningún peligro en obsequio a nadie más que a sí mismo.  O a aquello que uno considere propio.  Sea lo que sea.  Lo cual permite recuperar la noción de riesgo y de actividad que hay en la posición de víctima para sacrificar al sacrificador, posibilitando la decisión de ocupar otro lugar para encontrar la salida.  Otros ‘destinos’ se harán así posibles.  Algo así como tomar la vida en las propias manos.  Y esto cualquiera puede hacerlo.  Como dijo Höelderlin, poeta alemán del siglo XIX: “Allí donde está el peligro, allí crece también lo que salva”.


Mónica Cerutti, 21 de abril de 2003


INTRODUCCIÓN
“La transmisión seria así una página escrita, un relato que cuenta la gesta de los predecesores y que cada uno podrá leer o reescribir a su manera. (..)  Apropiarse de una narración para hacer de ella un nuevo relato, es tal vez el recorrido que lodos estamos convocados a efectuar”.
(Jacques Hassoun, Los contrabandistas de la memoria)
Este ensayo es una invitación al encuentro con otros a través de la conversación, para hacer un poco de historia.  Como quien se sienta en un lugar apacible y dice: Había una vez... y redescubre el valor de relatar y relatarnos.  Supone, luego de apagar la televisión, entregarse a la charla para entrar en contacto[5].  Requiere detenerse, a la manera del que ha decidido ordenar un poco su casa, y busca dónde ponerse y dónde poner lo que encuentra por aquí y por allá.  Con el afán de registrar lo acontecido en los últimos tiempos.  Desempolvar la memoria para recordar y recorrer juntos algunos momentos de nuestra historia reciente y las huellas que dejaron en nosotros y en nuestros hijos.  Hacer un poco de historia, parcial, como toda historia, para dar cuenta del pasado y entender mejor el presente, en función de futuro.
Hablar, decir, interrogarnos, e hilvanar recuerdos, para encontrarnos en ellos y que otros se encuentren allí.  Asumiendo la responsabilidad de producirlas narraciones en las que los más jóvenes tengan donde inscribirse e inscribir sus diferencias.  Ejercitando así la función primordial del relato, producir marcas, dejar huellas, que sirvan de referencia orientadora.
Entrando en los noventa, en Argentina y no sólo en ella, se declaró el fin de los grandes relatos.  Aquellos en que se habían inscrito las luchas y las gestas de las generaciones anteriores.  “Una generación entera se encontró sin referencias e imposibilitada de trasmitir y otra sin nada que recibir”, dice Hassoun en su texto citado en el epígrafe.  Se postuló entonces la importancia de los pequeños relatos.  Pequeños, no por parciales, ni por ficcionales, que todo relato lo es, sino porque se pretendían ajenos al sentido universalista de los primeros, al que cuestionaron afirmando su particularidad.  Particularidad relativa a un 'todo' que nunca dejó de estar lleno de sentido, pero vacío de lo común: ninguna idea de humanidad que pudiera enlazar a los unos con los otros, a las partes con el todo y a cada parte con su historia.  Se impuso el “sentido único” cuyo efecto fue la proliferación del sinsentido que arrasó subjetividades y afirmaciones fuertes.  Los particularismos, opuestos al sentido exclusivo de la nueva totalidad, devinieron en fundamentalismos, relatos absolutos que intentaban dar sentido a las partes, que como tales, dejaron de tener valor.  Si no se insertaban en el 'todo' acatando sus condiciones, la consecuencia fue la pérdida de su propio sentido.  Las partes se multiplicaron infinitamente, fragmentos de fragmentos a los que siempre es posible fragmentar una vez más.  Dan cuenta de ello las guerras de pobres contra pobres o de los vecinos de una localidad contra los 'otros', sus anteriores vecinos devenidos enemigos.
La entrada en la posmodernidad que cuestionó las antiguas referencias y sus ideales, no ha producido un mundo mejor.  Esto es trágicamente claro en Argentina.  Sí se ha logrado un mundo dual, excluyente, fragmentado, terriblemente injusto, y al cual a veces es difícil ponerle palabra, aquella que calma y que permite vislumbrar o afirmar alternativas.  Si no se tolera la exclusión y el empobrecimiento que generan violencia, desconcierto y desigualdad –mientras una minoría se enriquece al precio de la miseria de otros– el panorama es desolador.  Si se piensa que la anterior afirmación es panfletaria o inconsistente, pensar solamente en los mecanismos perversos de acrecentamiento de la deuda externa en nuestro país y en otros del Tercer Mundo, con el desvío de los dineros supuestamente recibidos por los Estados, hacia paraísos fiscales o hacía bancos privados, por citar sólo esto, da cuenta de la verdad de la misma.  La riqueza en pocas manos aumenta al mismo ritmo que aumentan la pobreza y la indigencia y por exactamente las mismas razones.
Se torna imprescindible entonces, restablecer aquello común humano que nos concierne, que incluye, que permite relacionar las partes con el todo y a los unos con los otros.  No son tiempos para permanecer indiferentes, declarar supuestas neutralidades valorativas, o seguir anestesiados, aturdidos o con la inteligencia adormecida.  En estos tiempos en que se ha comenzado a hablar del fin de la posmodernidad, producir relatos que permitan ligar lo desligado, que liguen a los sujetos, que afirmen la posibilidad de subjetivar lo acontecido, y lo que nos está aconteciendo, dándole cauce al potencial de rebeldía de la subjetividad frente al orden establecido, se torna vital.  Darle un sentido a la historia que en sí misma no lo incluye, es tarea urgente del presente.
En este-ensayo se invita a insistir en la necesidad de recuperar el valor de la palabra.  Palabras tramadas en relatos que se conviertan en referencias orientadoras y transmisoras de los valores de la cultura.  En el intento de tramitar socialmente los traumas de los últimos años.  Para abrir sendas por donde se pueda transitar con nuestros anhelos.  Contar y contarnos la historia, repensarla, interrogar nuestras certezas y nuestras incertidumbres.  Volver a la historia.  Indagar en ella, 'historiar'.  Pensar qué pasó, que 'nos' pasó y qué dejamos que nos pasara en los últimos treinta años de la historia argentina en el que nuestro país fue incluido por la fuerza de la dictadura y la debilidad o la directa connivencia de los gobiernos democráticos, en el mundo de la economía trasnacionalizada.  Revisar qué perdimos y qué ganamos en ese proceso.  Mirarnos un poco para hacernos cargo y responsables de lo que nos toca, no para culpabilizarnos, sino para no estar siempre poniendo la mirada afuera, como si lo sucedido fuera obra de un destino nefasto decidido en otra parte y al cual sólo queda someterse con resignación, esa que permite la queja, y no la mirada histórica que posibilita ubicarlos renuncios para mejor visualizar las posibilidades de salida.  Despejando el terror, el miedo, la parálisis, que impusieron como novedad un antiguo 'no te metas', o 'yo, argentino', viejas frases que significan la ruptura de los lazos con los otros semejantes, y desanudan la posibilidad de pensarse inscriptos en una historia que desde la dictadura militar a hoy, ha estado signada por el sometimiento resignado al poder del más fuerte.  Como si lo que sucede siempre les sucediera a otros, no a mí.  Volviéndose consistente el “por algo será”, si al otro lo matan y a mí no, no es mi problema, si el otro se queda sin trabajo y yo no, no es mi problema.  Hasta que se convierte en mi problema por la fuerza del haber dejado hacer y dejar pasar.  Y los pobres e indigentes asedian.  La inestimable frase de Berthold Brecht se hace realidad: “cuando vinieron por mí, ya era demasiado tarde”.  Pero nunca es tarde si hay capacidad de recuperar la dignidad de decir no.  Lo propio del hombre es el inconformismo.  Decía Malraux: “Se es un hombre cuando se sabe decir no”.
Creo que es el momento de recordar esta sencilla propuesta.

Mónica Cerutti 20 de julio de 2003




[1] El educador popular Paulo Freiré, al sometido le llama oprimido.  Los textos fundamentales de Freiré –inevitables en la década del setenta– en los que desarrolla su concepción son Pedagogía del oprimido y La educación como práctica de la libertad, de inusitada vigencia en estos días.  A ellos se le agregaron, entre otros, Pedagogía de la Autonomía y posteriormente Pedagogía de la Esperanza.  En los primeros la trama conceptual que teje su concepción del oprimido está en clave marxista.  Los posteriores, además, siguen otros aportes.  Hoy, el Instituto Paulo Freiré recurre a esas tradiciones conceptuales y, ostensiblemente, al psicoanálisis
[2] Gente. (Del lat. gens, gentis). f. Pluralidad de personas.
[3] Freire puntualiza que la relación opresor/oprimido deshumaniza a ambos, negándoles la posibilidad de ser más.
[4] Así lo denominan los integrantes del Instituto Paulo Freire.
[5] Paul Virilio “    a causa de las tecnologías, estamos perdiendo el cuerpo propio en beneficio del cuerpo espectral, y el mundo propio en beneficio de un mundo vidual.  La cuestión que se plantea es la de reencontrar el contacto.  He dicho antes que no hay ganancia sin pérdida.  Siendo el mundo un espacio limitado, llegará un día en que las pérdidas serán irreparables.  El siglo XXI será probablemente el siglo de este descubrimiento: las pérdidas superarán a las ganancias.  La pérdida del mundo propio, y la pérdida del cuerpo propio deberán ser recompensadas, porque llegará a ser insoportable para todos”,  pág. 51.

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