martes, 10 de enero de 2012

Reportaje a Paulo Freire

“La Educación no es la palanca para transformar la sociedad”.
Reportaje a Paulo Freire.
Por Esteban S. Barcia 
El País de Madrid  
Publicado por “Página/ 12”.  1988.

Desde la publicación de La educación como práctica de la libertad, es el pedagogo más espetado y consultado de América Latina. “La educación es un quehacer político –destaca– pero aunque sea difícil, el educador no debe hacer partidismos.”


Nació en Brasil hace ya 56 años.  Y pasaron casi treinta desde que iniciara en el paupérrimo nordeste de su país las experiencias que dieron base a su larga producción como teórico de la pedagogía.  Esos primeros pasos sirvieron de base a libros como La educación como práctica de la libertad. La importancia del acto de leer y, sobre todo, Pedagogía del oprimido.
El filósofo y pedagogo brasileño Paulo Freire, carismático creador de la pedagogía liberadora, una corriente paralela a la teología de la liberación en América latina, es objeto en estos días de un homenaje que le rinde la universidad de Barcelona.  En Madrid, donde la semana pasada asistió a la presentación de un libro sobre su obra, reiteró su compromiso con la educación de los oprimidos y reconoció la dificultad de los educadores para compatibilizar la condición política del quehacer educativo con una esperanza no partidista: “Es una tarea difícil, como es difícil, vivir y morir”.
La conversación, que transcurre en la sede del instituto de Cooperación Iberoamericana, resulta difícil y en ocasiones penosa, porque se encuentra extremadamente agotado, “casi enfermo, dice, y visiblemente afectado por el brusco cambio de clima y de horario.  Hace escasas horas llegó a España desde su entrañable Brasil, donde se encuentra afincado definitivamente tras un largo exilio impuesto por la dictadura militar.  Tiene ahora 66 años, y bromea sobre el cambio de color experimentado por su larga barba cuando lee en El País una entrevista que Karmentxu Marín le hizo hace 10 años en Ginebra, hasta donde el exilio lo había llevado para trabaja en el Consejo Mundial de las Iglesias: “Veo que aquí había unos puntos blancos y ahora hay puntos oscuros en una barba decididamente blanca”.

-Usted regresó a Brasil en 1980 y ahora enseña en la Universidad Católica de Sao Paulo. ¿Fue su labor universitaria lo que lo codujo al exilio en 1964?
-Mi exilio no se debió a mi labor en la universidad.  Aunque yo creo que era un profesor que impartía mis clases universitarias desde una posición progresista, esta actividad, probablemente, no molestaba demasiado al nuevo poder de los militares.  Este se sintió inquieto por mi actividad práctica y teórica, pero sobre todo por la que realizaba fuera de la universidad, en el campo de la educación de adultos.  Usted sabe que mi visión de la alfabetización va más allá del mero ba, be, bi, bo, bu, porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en que está el alfabetizando.  Obviamente, una incitación al análisis objetivo de la miseria y de la explotación, una propuesta educativa que comporta la lectura de la realidad, tenía que ser provocadora de una actitud considerada subversiva.  Fue esto lo que me llevó al exilio.

-¿Qué suerte ha corrido su concepción de la educación en los países latinoamericanos que han vivido o están viviendo experiencias revolucionarias?
-En junio pasado, yo tuve la oportunidad de conocer la experiencia de Cuba y pude constatar que su búsqueda se encuentra exactamente en esa dirección. Y la impresión que yo obtuve es que Cuba reconoce fallas en esa búsqueda, sobre todo como consecuencia del lastre de cierta tradición en su educación sistemática, pero que intenta dar un salto, comprender, históricamente incluso, este lastre. Probablemente este mismo fenómeno se puede observar en Nicaragua, y hay que ser claro al especto. Hay una fuerte tradición de educación autoritaria en América latina que procede de España, de Portugal, de Europa, y que no se limita al campo de la educación, sino del entero sistema social. Brasil. Por ejemplo, fue una sociedad inventada desde arriba. Sería un poco ingenuo pretender que una sociedad, incluso una sociedad que ha hecho la evolución, pueda supera 300 o 400 años de educación autoritaria en una década.

-¿Pero cómo ve usted el papel de los educadores comprometidos con la libertad en los países que empiezan a intentar conservar la revolución?
-Una cosa es conservarla revolución, como los conservadores conservan la explotación, y otra mantener viva la llama de la evolución. Yo creo que esto es un deber de los revolucionarios, pero otro tan grande como este es el de no permitir que la revolución se quede vieja.

-Pero eso comporta una permanente actitud autocrítica. No sé si cuando la revolución está a la defensiva de los peligros de la involución permite realmente esa autocrítica a sus educadores.
-Mire: ahora mismo, en este preciso momento, al hacerme esta pregunta, usted está ayudando a provocar un análisis serio sobre este problema. Puede que un joven revolucionario que se encuentre con esta reflexión que estamos haciendo en este instante y que esté pensando que su papel consiste en imponer permanentemente los viejos sueños de los revolucionarios descubra que no es eso lo que hay que hacer. Pero claro que no es fácil. Esto es lo que llamaría el momento crucial de una revolución, y hay que pelear por ello. Usted sabe que tenemos una tendencia a burocratizarnos; hay que defenderse contra esta tentación, pelear constantemente por la libertad, por la creatividad, por la curiosidad.

-¿Cuál ha de ser exactamente el papel del educador desde su punto de vista?
-En primer lugar, es necesario que el educador sepa que su práctica educativa es una práctica política en si misma. El profesor no es un profesional neutro, es un profesional político. La naturaleza de su quehacer es política. En segundo lugar, es necesario que estime esta naturaleza política con seriedad. Esto significa que el educador debe preguntarse cuál es su proyecto político en cuanto tal. Pero, finalmente, el educador debe estar advertido de que, siendo político, no puede, sin embargo, hacer partidismo en sus clases.

-Pero eso es tremendamente difícil.
-Sí, es muy difícil, pero yo le preguntaría a usted qué es y qué no es difícil en el dominio de lo humano. Todo. Difícil es amar, difícil es vivir, difícil es morir. Y tenemos que amar, vivir y morir. Es difícil respetar la individualidad de los alumnos, pero este respeto a sus ideales y a sus valores no debe significar que el educador haya de permanecer silencioso y pasivo, y tampoco los educandos. Lo que hay que hacer es testimoniarles que este respeto del educador es su personal visión del mundo es ya una experiencia de libertad y de respeto a la libertad.
También hay personas que piensan que el educador progresista es el que llega al aula y se olvida de los contenidos porque se dedica enteramente a la discusión política. Esto es falso. El educador progresista enseña los contenidos, y al hacerlo, provoca en los alumnos la necesidad de un análisis y comprensión política de los mismos. Esto es lo que creo que hay que hacer.

-Su idea sobre la lectura crítica de la realidad influyó en muchos educadores de adultos, pero sucede que el adulto que se acerca a los programas de educadores, suele hacerlo reclamando un título.
-A los educadores que piensan así, que no son muchos, les gustaría que sus alumnos acudieran unánimemente con esa vocación de aprender a leer la realidad para contestarla, pero sucede lo que usted dice.  ¿Por qué?  Precisamente porque es la sociedad como sistema, como totalidad, la que provoca este tipo de demanda.  Y entonces cabe preguntarse: ¿No hay salida?  Para mí sí que la hay.  Basta con advertir que la educación no es la palanca para transformar la sociedad, porque es esa misma sociedad la que impone límites a la educación.  Los educadores deben conocer cuáles son los límites para intentar caminos nuevos, de desafío, y además aprovechar, en cuanto sea posible, las peleas sociales que viven esos educandos.  Por eso yo siempre digo que los educadores de adultos deberían aprovechar mucho más los movimientos sociales espontáneos (me refiero a los movimientos vecinales, sindicales, feministas, juveniles, etcétera) para insertar en ello su tarea.  Es necesario que los educadores establezcan caminos paralelos a los movimientos sociales.

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