viernes, 30 de diciembre de 2011

Una invitación al pensamiento, una invitación a la pregunta

FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN...
UNA INVITACIÓN AL PENSAMIENTO...
UNA INVITACIÓN A LA PREGUNTA...



imagen del pensador

Si todo parece estar siempre en orden y, por lo tanto, quieto, inmóvil, sin brisas que cruzan, sin sonidos estridentes, sin nada. Nadie te pregunta nada. Y si te preguntan da lo mismo responder o quedarte taciturno. Nadie pregunta pues, quizá, nadie quiere ser preguntado.
El temor a la pregunta es sólo comparable al temor del destierro, al temor del amor que te olvida, al temor a la necedad.
A ver si somos capaces de admitirlo: hoy, si es que hay preguntas, las respuestas apenas si son necesarias. Porque una cosa es que te pregunten acerca de la nieve del domingo, del día de la patria, del nombre del animal que domesticas o de si uno que pasa por la calle parece estar demente o no. Y otra cosa, totalmente otra, es que te pregunten si el amor se disuelve, si la razón sabe revelar misterios y si la paciencia no es, en verdad, la mayor torpeza.
Hace tiempo que nadie pregunta algo que nos quite de donde estamos. Hace tiempo que nadie nos mira a los ojos y nos sacude la aparente calma. Estamos demasiado habituados a esas preguntas que sólo obtienen como respuesta acaso un gruñido, acaso un bostezo proverbial, tal vez un leve movimiento de las fosas nasales. Nadie pregunta aquello en lo que no quiere nunca ser preguntado.
O si se pregunta es para mostrar lo que ya se sabía, lo que ya se poseía, lo que ya se suponía. Son preguntas que exigen respuestas que no excedan el tiempo mínimo estipulado, respuestas sin uno, respuestas de una única respiración, respuestas de un rostro sin corazón, respuestas desalmadas, cuyo destino es el olvido inmediato, el silencio instantáneo.
¿Para qué preguntar si la soberbia es la única virtud de los que preguntan? ¿Para qué preguntar si el oído que parece escucharte se cierra, se oculta? ¿Para qué preguntar si lo más que se desea es seguir imponiendo cada uno su pregunta?
Hubo un tiempo en que preguntar era una zozobra, la contraseña para el infierno, la donación de otra conciencia, el viaje inédito hacia ninguna parte. Hubo un tiempo, sí, en que preguntar era, de verdad, querer preguntar.
Hoy ya no hay preguntas. O las hay, pero no de persona a persona, de hermano a hermano, de amor a amor. Las preguntas pueden que estén, todavía, en algunos libros, en algunas películas, en algunos amigos que corren el riesgo de dejar de serlo. Hoy, en vez de preguntas, todos trazan un hilo metálico hacia el futuro, justamente, como modo en apariencia legítimo de escaparle a las preguntas.
La pregunta que es, siempre, extranjera.
Por eso, déjate preguntar. No interfieras en la pregunta del otro, aunque no lo conozcas, aunque no te sea familiar, aunque te irrite su entonación, su aparente ingenuidad, su torpe pronunciación. Déjate preguntar por la sinrazón de la vida, por el desconocimiento del mundo, por cómo resuenan ciertas palabras y otras no, por cómo tu corazón se diluye detrás de un amor que es, siempre, imposible.

Artículo publicado en el Blog: http://preferirianohacerloradio.blogspot.com/search?q=

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